viernes, 8 de mayo de 2015 ~ 12:26 a.m. 0 Comments

El aire olía a cigarrillos de mediana calidad, de esos que los estudiantes pueden costear, sin que estén aspirando 99.9% de alquitrán. Era esa época en la que fumar en bares y espacios públicos era lícito y al regresar a casa luego del carrete, tenías que mandar al lavado todo, aunque solo hayas usado las prendar por unas horas, porque el olor se había incrustado hasta en tu alma.
Ese olor se mezclaba con el sabor dulce del alcohol que llevábamos bebiendo durante horas. Las jarras se habían sucedido una tras otra y poco a poco empezábamos a sentir sus efectos. Por aquel entonces, empezaba a ponerse de moda un trago tradicional, sacado de lo más profundo de la cultura guachaca, por lo tanto, y principalmente, era económico, muy económico. Por lo mismo podíamos comprar tantas jarras, después de todo, eramos universitarios, y no podíamos darnos el lujo de gastar en bebidas caras.
El ambiente estaba marcado por las conversaciones y risas que escapaban de las bocas alcoholizadas que se encontraban en las mesas que se esparcían hacinadas por todo el salón, sin que hubiese mucho espacio para circular. En el fondo, de forma no muy sutil, porque realmente sonaba muy fuerte, se sucedían una tras otras, canciones que ya son clásicos del rock, pero sin ser de las más viejitas...al menos yo había oído muchas de esas canciones sonar en la radio cuando niña...y mi mayoría de edad, en aquel entonces, aun era algo nuevo y maravilloso.
Había malgastado tantas horas de mi vida, en tan poco tiempo, metida entre esas paredes pintadas de un horrendo tono de amarillo, que de seguro, si no fuese por el alcohol y su distorsión, hubiese quemado mis retinas; pero sentía una extraña fascinación a ese espacio, a ese ambiente, a beber sin mesura hasta que las cosas comenzaban a dar vueltas muy suavemente, como en un barco mecido por las olas, como cuando te recuestas en un flotador en mitad de la piscina y cierras los ojos, como cuando sales de la anestesia...esa sensación de ebriedad (aún) consciente me fascinaba y me incitaba a volver por más, semana tras semana.
Han pasado ya muchos años ya desde aquellos días. Las noches ya no tienen el mismo sabor...pero hoy al menos despierto cada mañana sin decir, mientras intento mojar mi lengua con la escasa saliva que aun queda en mi boca, "pero qué mierda hice anoche!"; lo que sí, cada vez que por cosas de la vida llega a mis oídos algunas de las canciones que solía oír en aquel lugar (o las que cantábamos con mayor sentimiento, en un spanglish horroroso y copeteado, mientras mecíamos peligrosamente nuestros vasos plásticos por sobre nuestras cabezas), vuelve a mi ese sabor dulce a mi boca y esa sensación de embriaguez, como un recuerdo muy MUY lejano...como se si tratase de una vida pasada o un sueño perdido en mi subconsciente. Pero no,  son mis recuerdos con sabor a tabbco y a alcohol.

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