lunes, 26 de septiembre de 2011 ~ 3:58 p.m. 0 Comments

Las galletas recién horneadas esparcían su dulce aroma por la toda la casa. Canela, jengibre y chocolate se entremezclaban en el aire que se había tornado dulce y tentador. Me apresuré en quitarlas ya del horno y dejarlas en una fuente en el centro de la mesa para que enfriaran antes que llegasen los niños de la escuela.
Afuera las nubes se arremolinaban por sobre la ciudad, de seguro en la noche se largaba la tormenta, o quizás antes. Pero nada mejor para alegrar una tarde de lluvia que galletas y chocolate caliente.
Luego de asegurarme de dejar bien tapadas las galletas, me retiré a mi habitación a leer una novela que me tenía atrapada en su trama hacía días: “Las Vírgenes del Paraíso” de Bárbara Wood; que relataba las condiciones de vida de las mujeres en Egipto.
- Mami, ¿qué huele tan rico? – interrumpió Martin, mi hijo menor de tan solo tres años.
- Mamá hiso galletas para la merienda…
- Y yo puedo comer una ahora? – dijo parándose junto a la cama y pidiendo un abrazo.
- No, porque si comes ahora, ya no tendrás espacio para comer más rato junto a tus hermanos…además, luego haré chocolate caliente! Estoy segura que adoras eso…o me equivoco? – le dije tomándolo en brazos y dándole un beso en su mejilla.
- Pero una sola no me llenará!
- Bueno, está bien…solo una eh! – dije parándome con el en brazos.
En la cocina le pasé una galleta con forma de estrella, con lo que mi pequeño iluminó esa sombría tarde con su bella sonrisa y corrió a su pieza a jugar de seguro, mientras comía su galleta. Miré la hora. Pronto Antonia, mi hija de al medio llegaría de la escuela. Llené la tetera y la dejé sobre la estufa que se encontraba al fondo del living, en la que crepitaba alegremente el fuego.
Martín veía Bob Esponja en la televisión del comedor de diario, podía oír esa molesta vocecita desde mi habitación mientras proseguía mi lectura.
Una media hora más tarde un mensaje me sobresalto. Era de Antonia: “Mamá, llegaré un poco más tarde. No te preocupes, estoy con una amiga cerca de la estación. Te quiero.” Afuera la lluvia ya se había desatado y apenas si quedaban algunos rayos de sol que escapaban allá en el horizonte tras las grises nubes.
Ya había oscurecido completamente cuando cerré el libro. Martín se había quedado dormido. Una media hora antes había llegado a visitarme a mi pieza, alegando que sus hermanos se demoraban mucho y que quería otra galleta, pero como no había logrado conseguir otra, resolvió por irse a dormir un rato, tras prometerle que le despertaría cuando llegase su hermana.
Me dirigí a la cocina para preparar las cosas para cuando todos llegasen. Las galletas ya estaban frías y el agua hervida y esperando aun sobre la estufa a ser utilizada.
- Mamá, ya llegué! – Gritó Antonia mientras cerraba la puerta.
- Tu hermano te ha estado esperando toda la tarde! Hice galletas y ha estado delirando por ellas hace horas! – reía mientras me dirigía al recibidor para saludarle. - ¡Pero si estás toda empapada! No me digas…¿Olvidaste llevar tu paraguas, verdad?
- Uy! Si mi mamá todo lo sabe! – rió mientras me tiraba las mejillas. – Iré a ducharme antes que me enferme. – dijo dándome un beso y quitándose los zapatos antes de correr escaleras arriba.
- Apura antes que Martín se acabe las galletas!
- No te preocupes! En todo caso, si el enano quiere aprovecharse de mi ausencia escríbeles mi nombre encima y amenázalo un poco en mi nombre! – bromeó desde su pieza.
No había dado ni cinco pasos de vuelta a la cocina, cuando la puerta volvió a abrirse. Era mi hijo mayor que regresaba casi tan (o tal vez más aun) empapado que Antonia.
- ¿Acaso ustedes no conocen los paraguas? – comenté algo irritada. De seguro los dos amanecerían con catarro.
- Hola mamá! Yo también te quiero mucho! – sonrió enérgico sacudiéndose el pelo y quitándose las zapatillas. - ¿Qué huele tan rico? ¿Me hiciste algo?
- Hice galletas para todos – dije enfatizando la ultima palabra. Marcelo solía comerse todo lo que encontraba a su paso. Creí que cuando ya abandonara la adolescencia dejaría de comer tanto, pero ya tenía veinticuatro años y aun seguía comiendo como energúmeno. – Pone las cosas en la mesa por favor? Tu hermana se está bañando y estoy segura que no hay toallas en el baño.
Fui a reponer entonces las toallas al baño y luego volví a la cocina. Marcelo ya tenía casi todo sobre la mesa bien dispuesto. Fui a coger la fuente de las galletas, pero me pareció que estaba mucho más liviano que cuando la había colocado sobre el mesón.
- Marcelo, estuviste comiéndote las galletas!? – lo miré enojada al comprobar que más de la mitad del contenido había desaparecido.
- ¿Que? – me miró desconcertado – No se de que hablas…yo solo he estado haciendo lo que me pediste!
- ¿Y que significan esas migas en tu chaleco?
- Bueno…tal vez me comí una o dos…bueno…tal vez cinco! – confesó ante mi cara que profetizaba un regaño de una hora para el responsable – Pero pensé que solo habías hecho unas pocas!
- ¡Esto estaba casi lleno!
- ¡Pues créeme que no comí más que eso! – dijo poniéndose serio – no comí más porque te oí bajar por las escaleras – susurró por lo bajo dándose vuelta y alejándose de mi, para dejar la panera en la mesa, en la habitación contigua.
- Pues eres el único que ha podido sacar galletas…
- Tal vez solo hiciste unas pocas y te pareció que eran mas… a menos…no!
- ¿A menos que qué?
- ¡Que el Monstruo Come Galletas haya hecho una aparición mágica en nuestra cocina! – dijo riendo recordando aquella serie de títeres que solía ver cuando niño.
- ¡No estoy para bromas! – dije tirándole una de las frutas imán que había sobre el refrigerador, que dio justo en su cabeza.
- Auch! – alegó sobándose el lugar en donde la frutilla de plástico había caído – Pero que dia… creo que encontré a nuestro Come Galletas… - dijo indicando algo en el suelo que no lograba ver. Me agaché para poder ver aquello que mi hijo señalaba: un rastro de migas.
- Bien hecho Bobby! – dije dándole unas palmaditas en la cabeza como si se tratase de un cachorro. Marcelo me miró indignado y no pude aguantar la risa.
- Parece que nuestro Come-Galletas creía estar dentro de Hansel y Gretel…o alguno de esos cuentos perversos que solías contarnos para asustarnos cuando pequeños – bromeaba mientras seguía el rastro de migas, el cual daba a mi habitación – ¡Mira nada más! ¡Me has culpado de comerme las galletas y has sido tu misma! ¡Que mala madre eres!
- Calla – susurré poniendo un dedo sobre su boca. Dentro de la habitación se oía el ruido que se oye cuando se muerde algo crocante.
Abrí lentamente la puerta…y allí estaba el pequeño ladronzuelo que yo hacía durmiendo en su pieza como un bello angelito. Las galletas se encontraban todas esparcidas sobre la cama, muchas de ellas a medio comer y otras solo mordisqueadas o saboreadas. Marcelo reprimió una carcajada haciendo un ruido extraño que Martín alcanzó a oír. Miró a sus espaldas dando un respingo y dando con nosotros que lo mirábamos desde el dintel de la puerta.
- ¡Mami yo no fui! – dijo soltando la galleta que tenía en su mano.

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