martes, 30 de agosto de 2011 ~ 7:55 p.m. 0 Comments

Las oscuras nubes que presagiaban la inminente tormenta hacían desaparecer los últimos rayos del sol del crepúsculo.  Antonio, mi hijo de tan solo tres años, dormía profundamente en el asiento trasero del auto. Yo debía tomar un vuelo la noche siguiente, para atender un asunto importante del trabajo. El se quedaría en casa de su padre durante los días que estuviese fuera del país; pero para eso debíamos llegar a la ciudad en que el vive, que está bastante lejos de nuestro hogar.
Pronto la tormenta era una turbulenta masa de agua que caía sin compasión sobre las cabezas de los hombres, dificultando la visión. Encendí la radio. La señal estaba entrecortada, así que cambié hasta una estación en la que se podía distinguir relativamente bien lo que decían. Justo la emisora reportaba los daños que habían causado en el sector los fuertes vientos que había precedido a la tormenta. Al parecer, el camino había sido cortado unos kilómetros más adelante, por unos arboles que se habían derrumbado, y no serían removidos hasta unas cuantas horas más.
- Mami…tengo hambre… - dijo Antonio una media hora después de ese informe, apenas despertó.
- Está bien cielo, pasaremos a algún lugar y comeremos algo… - dije mirando su carita somnolienta por el espejo retrovisor.
En todo caso, era mejor que parásemos en algún lugar para poder revisar el mapa con detenimiento. No podía darme el lujo de retrasar mi viaje por el mal tiempo. Era necesario llegar esa noche.
Pronto encontramos un viejo local a un costado del camino. Bajamos y nos refugiamos rápidamente en su interior. Aquel lugar parecía haberse detenido en el tiempo. Tenía un aire hogareño y acogedor, que me hacía recordar la casa de mi madre. Nos sentamos en una mesa junto a una ventana, desde la cual Antonio veía encantado como llovía torrencialmente sobre los verdes prados que se extendían allá afuera, en donde las vacas seguían rumiando, sin importarles aquel diluvio. La camarera tomó nuestra orden y pronto estuvo con ella de vuelta sobre nuestra mesa.
Mientras bebía mi café revisaba el mapa, intentando buscar una vía alternativa, pero parecía que esa ruta era la única que podíamos seguir sin tener que devolvernos un par de horas. Mi reloj marcaba las seis menos quince. Quizá lo único que nos quedaba era pasar la noche en el auto, hasta que despejasen la vía.
- Hay un camino a unos cinco kilómetros de aquí, que le hará evitar el tener que esperar a que  despejen la vía. – dijo la camarera que se había acercado sin darme cuenta, haciendo que pegase un ligero salto sobre mi asiento – Es un camino rural que no está en los mapas, pero que es usado por lo lugareños, para llegar a sus terrenos. Su vehículo de seguro resiste el traqueteo. – dijo mirando mi Picasso que había dejado estacionado afuera del local.
- Muchisimas gracias - dije simplemente mirando a la mujer con cara de desconcierto.
Luego de terminar de comer, partimos siguiendo las indicaciones de la camarera. La lluvia parecía que no cesaría nunca. Una vez que tomamos ese camino, que con la lluvia se había vuelto lodoso y resbaladizo, creí que llegaríamos cenar, pero la tormenta parecía que no nos quería dejar realizar nuestro viaje tranquilos.
Cuando el sol ya se había puesto, nuestro auto patinó en el lodo. Revisé mi teléfono celular... y estaba sin señal, de seguro por efectos de la misma tormenta. ¿Qué podía hacer? De seguro no había nadie en kilómetros a la redonda…y salir de allí con Antonio en brazos sería una tarea dura.
Bajé del vehículo y miré entre la oscuridad. La esperanza se encendió de pronto. Una casa brillaba en la oscuridad en la propiedad que tenia en frente, de seguro podrían ayudarnos. Tomé al niño en brazos y me dirigí hacia la casa que humeaba alegremente por su chimenea.
Llamé a la puerta y esperé unos instantes antes que esta se abriese lentamente, dejando ver a una mujer de avanzada edad que sonreía amablemente.
- Buenas noches señora, mi auto se enterró en el barro y no logro salir. Por casualidad, no tiene un teléfono, para llamar una grúa…mi celular no tiene señal.
- Pase mi niña…no se quede allí mojándose con el niño en brazos… - dijo la mujer pasando su frágil brazo por mis hombros al verme parada en su dintel toda empapada, intentando cubrir a mi hijo con una manta. – Lo siento mi niña, las líneas están cortadas, de seguro que el tendido ha sufrido daños en algún lado. Pero mi hijo llegará pronto, y podrá remolcar su auto con la camioneta. Quédese aquí hasta que llegue.
- Muchas gracias señora…
- Hortensia. Mi nombre es Hortensia… - se presentó la anciana.
- Encantada de conocerla señora Hortensia. Soy Marta y este mi hijo Antonio. – me presente tendiendo mi mano hacia ella, una vez que había dejado en el suelo a mi hijo.
Luego de eso, nos quedamos hablando por un rato junto a la chimenea que crepitaba alegremente, hasta que a Antonio le dio sueño. Entonces Hortensia nos guió hasta una habitación que tenía desocupada. Al parecer su hijo se demoraría más de lo esperado en volver ¡Y como no! Con aquel temporal parecía que el cielo se iba a caer.
Me acosté en la cama que nos ofrecía la mujer junto a Antonio, que se acurrucó tiernamente junto a mí. Pronto caí dormida. El viaje había sido largo y cansador…y aún quedaba bastante por delante.
Cerca de la media noche se desató una tormenta eléctrica. La lluvia seguía afuera, pero al parecer con menor intensidad. Volví a dormirme luego de un rato, cuando logré acostumbrarme a los estrepitosos truenos. Antonio dormía profundamente, sin enterarse de nada de lo que pasaba más allá de sus sabanas.
Desperté a alguna hora de la madrugada nuevamente. Me levanté y me escabullí por el pasillo buscando el baño. La casa era bastante grande, de seguro en algún momento había sido una familia importante la que vivía allí, pero ahora, esas cosas eran del pasado, pues todo estaba bastante deteriorado.
Abrí unas cuantas puertas hasta que por fin di con el baño, cuando ya estaba a punto de rendirme y volver a la cama para continuar durmiendo.
Volví a la habitación, pero Antonio no se encontraba en la cama.
- ¿Antonio? – susurré agachándome para mirar bajo de la cama.
Al no tener respuesta, me puse de pie y empecé a revisar los pocos lugares en donde un niño de tres años podría esconderse. Nada.
Salí entonces en su búsqueda. Tal vez se abría asustado con los truenos que aun retumbaban de vez en cuando, y habría salido a buscarme. Típico en los niños.
En una habitación al final del pasillo había una escalera que daba al ático. Una luz débil se agitaba tras la puerta. Tal vez había una chimenea prendida, tal vez alguna vela.
Comencé a subir la escalera. De seguro Hortensia estaba allí y podría ayudarme a buscar a Antonio, o tal vez el estaba allí…a veces los niños son demasiado curiosos. Paré unos escalones antes de llegar a la puerta. Se escuchaba un murmullo. Agudicé el oído para escicjar mejor, pero parecían ser palabas en algún idioma extraño.
Abrí la puerta levemente, sin hacer ruido uy miré hacia el interior. La habitación estaba llena de velas. Unas esculturas, de lo que supuse eran dioses antiguos se alzaban al fondo de la habitación, rodeados de hermosas flores que llenaban el aire de un aroma dulce, que parecía hacerte caer en trance, mezclado con la calidez de las velas que entibiaban la atmosfera.
Una mujer de tez clara y largos cabellos castaños, con un largo vestido blanco se paseaba frente a las estatuas como dibujando una media luna en el piso, mientras sostenía una daga de plata, con una hoja levemente torcida. Era ella quien susurraba aquellas extrañas palabras.
Justo en el centro de la habitación había una mesa de piedra, a cuyos pies descansaba otro montón de flores. A su alrededor las velas formaban un circulo perfecto. Algo o alguien descansaba allí sobre la mesa, cubierto por una sabana que le cubría por completo.
La mujer se calló de pronto y paró en seco justo frente a la estatua de al medio. Extendió los brazos hacia el cielo, mirando perdida la oscuridad del techo, como si estuviese viendo algo…o esperase encontrar algo allí. Alzó la daga en el aire y la pasó lentamente sobre su brazo izquierdo, que se fue rasgando lentamente, mientras la sangre se iba precipitando hacia el exterior. Tomó la daga con sumo cuidado con sus dos manos y la alzó, como si del cáliz de una iglesia se tratase, y la dejo a los pies de la estatua, haciendo una reverencia. Su vestido poco a poco era profanado por la sangre que escurría por su brazo.
Untó sus dedos de la mano derecha en el líquido escarlata y comenzó a hacer unos símbolos extraños que no alcanzaba a distinguir, primero en la escultura de la izquierda, luego a la de la derecha y por ultimo la de en medio, que representaba a una mujer que tenía una mano extendida hacia adelante y la otra reposaba sobre su corazón. Se aparto lentamente, haciendo el mismo gesto que la mujer de la estatua, mientras levantaba su brazo, haciendo que la sangre retrocediera por su piel. Entonces acercó sus labios a la herida y comenzó  a beber su sangre, cosa que parecía llenarle de placer…o tal vez felicidad.
Veía todo esto sin mover ni siquiera un músculo. Parecía que la atmósfera me había hecho caer en un profundo trance…y todo aquello parecía un sueño. Y a pesar de que sentía miedo…mis músculos estaban completamente dormidos. Mi cuerpo no me pertenecía, o simplemente no me quería responder. Mi mente se iba perdiendo poco a poco…todo se iba borrando. Todo era paz.
Luego de lo que pareció una eternidad, la mujer se dio vuelta y se dirigió hacia el centro de la habitación. Tomó la sábana y tiró de ella con fuerza, dejando al descubierto a quien dormía bajo esta. Era un niño pequeño, que parecía vagamente familiar.
- A-Antoni..io… - susurré de pronto con dificultad, mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla.
¿Por qué me sentía triste? No, no era tristeza, era miedo…miedo por aquel niño ¿Pero quien era ese niño? ¿Por qué me parecía tan familiar? Esas y muchas otras preguntas se precipitaban unas tras otra en mi mente.
- Para ti Aradia! – dijo la mujer, acercándose a la estatua de en medio, lamiendo aquellos símbolos que había hecho, lo que parecía, horas atrás.
Tomó nuevamente la daga, con sumo cuidado, como si fuese a partirse en mil pedazos en cualquier instante, y la sumergió en una fuente que había a un lado, en la que flotaban pétalos sobre la cristalina agua, que se tiñó de rojo al mezclarse con la sangre. Luego de unos instantes la retiró y la secó con una toalla que tenía doblada junto a la fuente. Poniéndose de pie, dio media vuelta y caminó directo hacia el niño.
Entonces lo recordé. Ese era Antonio, mi primer y único hijo, que había tenido con quien había sido el amor de mi vida… del que ahora solo me quedaba ese niño. A su padre ya lo había perdido. Pero a él, el mundo entero podía estar seguro de ello, no lo perdería. Mi cuerpo reaccionó por fin, a pesar de que se sentía espantosamente pesado. Empujé la puerta con todas mis fuerzas y corrí hacia el centro de la habitación, en donde abrasé a Antonio, que parecía estar también en trance, pues dormía profundamente, sin darse cuenta de nada.
- ¿Quién eres tu? – susurró la mujer con una voz que parecía confundirse con el viento.
- La madre de este niño. – respondí cortante. - ¿Quién eres tu?
- No estás en posición para hacer preguntas…pero la cortesía nunca está de más… ¿Qué diría mi madre si no tratase adecuadamente a sus invitados? – dijo con un dejo irónico en su voz.
- Entonces eres hija de Hortensia…
- ¡Exacto! Soy Pamela... ¿Pero sabes? Estoy en medio de algo ahora…y estás interrumpiendo – dijo mirándome impaciente. Su mirada era extraña, como si estuviese intentando ver más allá.
- ¡No tocarás a mi hijo!
- Aradia tendrá esta noche un alma más en su interior… – dijo tomando mi hombro, tirándome hacia atrás con una fuerza sorprendente,  haciéndome caer al suelo. Pasó sus piernas sobre mis caderas, sentándose sobre mí e inmovilizándome el brazo izquierdo. – Lo quieras… o no… - decía mientras rasgaba mi brazo de la misma manera que había hecho con el de ella.
Un grito se escapó de mis labios mientras la hoja se iba deslizando por mi piel. Aproximó su boca a la herida que se iba llenando poco a poco de sangre, y comenzó a beber.
- Serás parte nuestra… - dijo luego de un rato, retirándose de mi brazo, sonriendo dulcemente y acariciando mi mejilla con su mano ensangrentada.
Entonces bebió nuevamente de su brazo, mientras con la otra mano inmovilizaba mis muñecas. Luego de unos instantes posó sus labios sobre los míos y me besó profundamente, obligándome a recibir de su sangre, que lentamente se iba deslizando por mi garganta.
¿Acaso esta mujer se creía un vampiro? ¿Y quién diablos era esa tal Aradia? Las lágrimas me llenaban los ojos y se deslizaban por mis mejillas. Tenía miedo. Soltó mis muñecas luego de unos instantes y comenzó  a acariciarme suavemente el cuerpo. Aproveché entonces la oportunidad. Juntando todas mis fuerzas me la quite de encima, me paré y tomé al niño en brazos lo mas firme que podía. El brazo me ardía insoportablemente.
Corrí hasta la puerta y bajé rápidamente; crucé el pasillo hasta las escaleras que daban al primer piso. Miré hacia atrás, pero parecía que no nos seguía. Bajé corriendo. Solo quería salir de allí. No llevaba ni la mitad de la escalera cuando Pamela se materializó en el aire frente a mi.
- No puedes huir…ahora nos perteneces… - dijo con una tétrica sonrisa en su rostro lleno de sangre.
Me tropecé con el susto y la sorpresa de verla aparecer así, y caí rodando escaleras abajo. Sujete a Antonio fuertemente, apretándolo hacia mí y cubriendo su cabeza.
Quedé tendida en el suelo sin poderme mover y viendo borroso. Unos pasos se acercaban lentamente hacia mí. Cerré los ojos, intentando detener las lágrimas que volvían a huir de mis párpados. Entonces, cuando los pasos se oían junto a mi… desperté dando un ligero salto.
El sol brillaba afuera, las aves cantaban y un olor a pan tostado se colaba desde la cocina. Antonio aun dormía a mi lado abrazándome fuertemente.
- Solo era un sueño… - susurré incorporándome y pasándome las manos por la cara. – Solo un estúpido sueño…
By Wish

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